Nuevas formas de pensar
Los
argentinos ingresamos al nuevo siglo con el peso de una crisis que no tiene
antecedentes en nuestra corta historia. El país que muchos de nosotros
conocimos, y que se distinguía por una educación pública que nos preparó para
ser ciudadanos, que construyó un estado social que a pesar de sus déficits
promovió nuevos derechos, que logró ser el más igualitario de esta parte del
mundo, que generó una gran movilidad social, que esbozó un proyecto nacional
con fuerte énfasis en una industrialización sobre crecientes bases tecnológicas
propias, que alcanzó el pleno empleo y que fue capaz de iniciar un proceso de
desarrollo, pues bien, ese país no existe más.
Al
interior de esta historia el Partido Socialista ocupó un papel claramente
positivo en la primera mitad del siglo. El Partido Socialista contribuyó y
mucho en las luchas sociales y políticas desde fines del siglo XIX, siendo un
gran impulsor de las reivindicaciones a favor de la justicia social y en
particular, la legislación laboral. También dejó su marca en movimientos como
el de la Reforma Universitaria del 18, el cooperativismo y el mutualismo, la
defensa de la democracia política y social, y las luchas en defensa de los
derechos humanos. Sin embargo su influencia y su perfil se fueron desdibujando
a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Desde la década del 50
divisiones estériles contribuyeron fuertemente a que el socialismo no tuviera
la fuerza suficiente como para abrir reales alternativas al marcado deterioro
que la sociedad fue experimentando en forma creciente desde entonces.
Todos
aquellos logros, que fueron la consecuencia de largos años de lucha de nuestro
pueblo, comenzaron a ser destruidos durante la dictadura militar de 1976 y se
terminaron de abandonar debido a una despiadada política ejecutada por el
presidente Menem y continuada por Fernando De La Rúa-Domingo Cavallo. Con una
intensidad desconocida en otros lados, este proceso salvaje arrasó con los
cimientos en los que se asentó la Argentina moderna.
En
este escenario, los grandes partidos han terminado de poner en evidencia las
irreversibles limitaciones de sus cuadros dirigentes. Los primeros intentos de
conformar nuevas alianzas políticas para generar alternativas progresistas
frente al neoliberalismo conservador dominante, también mostraron las
limitaciones en la cultura política de dirigencias provenientes de distintas
experiencias históricas.
El
nuevo siglo nos coloca entonces ante un gran desafío: reconstruir el país. Pero
reconstruirlo sobre nuevas bases de equidad, solidaridad, justicia social y
eliminación de toda forma de explotación social. En ese cometido, es notorio
que deberá replantearse a fondo, el sistema económico-social que nutre los
fundamentos de las actuales carencias, privaciones e injusticias que agobian a
la mayoría de la sociedad argentina. Se trata del sistema capitalista salvaje,
que en su derrotero del último cuarto de siglo ha destruido las bases de la
convivencia social a partir de la entronización de un modelo sostenido por una
única meta: valorizar el capital financiero especulativo y agredir a la
producción, al salario, al empleo y a las conquistas sociales fundamentales de
los trabajadores.
Para
avanzar en otra dirección, contrapuesta a la que nos ha llevado a esta
gravísima tragedia económico -social y política, es preciso construir un nuevo
rumbo, a partir del diseño de un Proyecto Nacional, con la voluntad de la
mayoría de la población argentina, hoy excluida y acorralada en la miseria, el
desempleo y la ausencia de una auténtica democracia participativa.
Con
este proyecto de nuevo país, superador del que nos rigió hasta ahora, tendremos
que buscar otros caminos para insertarnos en este mundo globalizado, que nos
permita aprovechar las oportunidades que ofrece y no quedar prisioneros de los
riesgos que conlleva.
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